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En todos los sen dos,
la ciudad francesa es un delirio de cultura y diversidad
Predes nada para ser manzana de la discordia de la vecindad franco- alemana, desde el origen, la ciudad simbolizó las desavenencias entre los países. Ahora representa el motor económico de la Unión Europea. Cálculos geopolí cos hicieron de Estrasburgo guardián de las ins tuciones europeas: alberga el Consejo de Europa con sus ins tuciones a liadas; el Parlamento Europeo; el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; la Europol y hasta la cadena de televisión Arte.
Si se busca entrar a estos recintos, es necesario reservar, pues di cilmente se puede acceder a ellos de improviso. Casi todos los edi cios se encuentran en la parte nordeste de la Grande Ille, rodeados por hermosas vías ajardinadas donde se puede pasear mientras se observa a los cisnes en los canales.
Palais Rohan a Notre Dame con escalas
El europeísmo trasciende los edi cios del barrio europeo. Cada farola, casa, fachada, esquina, calle o avenida recopila logros, fracasos, heridas y triunfos de la europeidad. Entre barrios que parecen congelados por el  empo y tejados inclinados, se van asomando una a una las maravillas arquitectónicas de la ciudad.
Desde su fundación por los romanos en el año 12 a. C. como Strateburgum “ciudad de las carreteras”, se ha bene ciado de su andariega existencia. Nació con la espada germánica y, al  nal, se asentó en Francia. Decir que un país posee la ciudad, sería una men ra. En realidad, Estrasburgo no pertenece a nadie: en algo se parece a París, es un microcosmos de la historia europea.
De todos esos vaivenes históricos, Estrasburgo heredó algo. El Renacimiento alemán legó edi cios como la Chambre de Commerce et d’Industrie, anterior ayuntamiento, en la Place Gutenberg. El clasicismo francés hizo lo propio con palacios de majestuosa concepción, como el Palais Rohan. An gua residencia de príncipes-obispos construida entre 1732 y 1742, alberga varios museos que vale la pena visitar: el de Artes Decora vas con la famosa cerámica de los Hannong, la admirable orfebrería y la vajilla onírica de estaño; el de Bellas Artes con Gio o, Bo celli, Rafael, El Greco, Delacroix o Courbet; el Arqueológico, en los lúgubres sótanos, con milenios de historia alsaciana y los tesoros de la época merovingia. Por su parte, la iglesia de Santo Tomás es un delicioso ejemplo de arte gó co alsaciano.
Za ro nutrido de las aguas del río Ill, Estrasburgo ha tenido el honor de conservar el soberbio es lo Guillermino. Ejemplo de ello es la casa Kammerzell que, como aquel paraíso imaginario de Thomas Mann en Buddenbrook, fue tes go mudo de generaciones innumerables
© FOTO: CORTESÍA Alfonso Gómez
© FOTO: CORTESÍA Alfonso Gómez
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