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© Alfonso Gómez Arciniega
El fresco murmullo del Guadalquivir me recibió un canicular día de mayo mientras caminaba sobre el Puente romano, admirable ejercicio arquitectónico de 16 arcos. Me vino a la mente aquel adagio napoleónico
pronunciado tras el desembarco en Egipto de las tropas francesas: “Solda- dos, 40 siglos nos contemplan”. No se trataba, desde luego, de una ciudad en el norte de África ni tampoco me disponía a llevar a cabo una campaña militar en pleno corazón de Andalucía. Sin embargo, no encontré mejor forma de expresar el asombro del hombre citadino ante el conjunto arqui- tectónico del puente, Puerta del puente, la Mezquita-Catedral y el río que se fue desvelando ante mis ojos.
Se está ante un enclave del Magreb en la Península ibérica. A caballo entre las épicas romanas, el esplendor musulmán y la vieja nobleza cris ana, se trata de la tercera ciudad más grande y más poblada de Andalucía. Sólo Málaga y Sevilla la superan en estos rubros. Fue capital de la Hispania Ulterior en  empos de la república romana, provincia Bé ca durante el imperio romano y Califato de Córdoba bajo el yugo musulmán. Por todas estas razones, Córdoba ha sido dis nguida por la UNESCO como Patrimonio material e inmaterial de la humanidad. Cuna de pensadores y hombres de letras, su pródiga  erra vio nacer a los  lósofos Séneca, Averroes y Maimónides; a los poetas Ibn Hazm, Juan de Mena, Luis de Góngora y Ángel de Saavedra –el Duque de Rivas– y dos césares que expandieron y resguardaron el imperio romano: Trajano y Adriano.
Con turistas que se de enen de improvisto para lograr una toma histórica de la vieja capital de la Hispania Ulterior y vendedores ambulantes políglotos que salen al paso adivinando con tan sólo verte de qué región lingüís ca provienes, se fue dibujando ante mis ojos con grandeza añeja la Mezquita-Catedral. Como hacía un día espléndido, decidí reservar la visita para más tarde.
Conforme me abría paso por la calle Torrijos, se empezaron a desdoblar callejuelas, casonas con aires de an guo abolengo, delicadas celosías, balcones repletos de macetas con  ores y fachadas prodigiosas: tes monios de la riqueza y el esplendor que enmarcó durante tantos años esos parajes andaluces. Me desvío un momento por Amador de los Ríos, pues me han dicho que las caballerizas reales bien valen la pena una visita. Los nobles equinos andaluces me reciben con un digno espectáculo que me preparó para lo que sigue. Salí a la plaza Camposanto de los Már res y así me fui adentrando en la Judería, donde me recibió poco a poco la hospitalidad de grupos de personas que des lan recorriendo los pa os concursantes y le brindan a Córdoba un aura vital di cil de igualar en otras la tudes europeas. La ciudad es una  esta.
La Fiesta de los pa os cordobeses convoca a personas de todo el mundo. En el cénit de la primavera se inicia un concurso de pa os de casas. Los lugareños abren las puertas para que los visitantes puedan admirar el trabajo de todo un año. Existen seis zonas principales con generalmente 10 pa os a visitar: Regina Magdalena, Santa Marina-San Andrés, San Lorenzo-San Agus n, Alcázar Viejo, Judería y San ago- Pedro. Además, el fes val ofrece un vasto programa cultural que incluye, entre otras cosas, concursos de coplas, actuaciones de  amenco, orquestas, conciertos y coreogra as.
Cada pa o es una lección co diana del signi cado de la tradición y de la importancia de defender, ante todo, una forma de vida cuyas primeras referencias aparecen en 1921 con la celebración del primer concurso. Ya sea bajo enredaderas podadas a la perfección o entre macetas con adelfas, rosales, durillos o senecios, que mi re na quedó invadida de vivos colores. Me vienen a la mente aquellas rimas de
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En Córdoba lo moderno nace con la obligación de adaptarse a los elementos arquitectónicos y a la forma de vida preexistente


































































































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