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Gracias al resurgimiento de los viajes en crucero, la industria turís ca representa una de sus más importantes fuentes de ingreso
que tomar una ruta larga por una carretera que rodea toda la isla por la costa y que une sus principales poblaciones.
En un principio el viaje parece temerario, en la mayoría de los tramos el camino  ene sólo dos carriles y está lleno de curvas, por lo que surge el miedo de chocar con un auto que venga en dirección contraria. Al poco  empo me doy cuenta de que los conductores tocan el claxon antes de cada curva para avisar que se aproximan, lo que evita tener un accidente. Al ver esto, me relajo y disfruto del paisaje de verdes árboles que se unen con el azul del mar y que sólo es interrumpido por la ocasional aparición de ciudades como Canaries o Anse-la-Raye que, a pesar de estar entre las 10 localidades más pobladas de la nación, a mis ojos, acostumbrados a la enormidad de la ciudad de México, parecen poco más que villas de pescadores.
Una parada obligada es un mirador desde donde veo los montes Pitones, que se levantan frente al océano en una bahía y que son el símbolo más importante del país, al grado de que sus siluetas son el escudo de su bandera. Si se contrata un guía local es posible caminar por los picos y conocer la fauna y  ora endémica que los convierten en el único patrimonio de la humanidad del país.
Los pitones, que en realidad son dos volcanes ex ntos, son parte de un sistema volcánico caracterís co de mi úl mo des no, la población de Soufrière, an gua capital y cuyo nombre en francés es “azufre”. Primero me dirijo a los manan ales de azufre, que si bien son promocionados como el único volcán en el mundo al que se puede llegar en auto, son en realidad un campo geotérmico. El agua que cae es calentada bajo  erra, y al hervir vuelve a la super cie como vapor y lodo hirviente en un fenómeno digno de ser visto y que hace que de
nuevo agradezca la constante lluvia que lo hace posible.
El agua que brota está llena de minerales bene ciosos para la salud, y quien quiera aprovecharlos puede dirigirse a unas instalaciones localizadas a unos kilómetros de allí, donde es posible bañarse en la misma agua una vez que ha corrido montaña abajo y disminuido su temperatura.
A un lado de estos baños se encuentran los jardines botánicos Diamond. Cualquier amante de la naturaleza disfrutará de este pequeño lugar, donde decenas de plantas exó cas son conservadas. Los colores y formas de la  ora, todas naturales de la isla, son únicas, y el recorrido permite conocer la naturaleza del país cómodamente a aquellos que no quieran aventurarse a recorrer los pitones. La visita termina viendo la catarata Diamond que, pese a que no impresiona por su altura, sí lo hace por los minerales que con ene y que la dotan de un color siempre cambiante. Así, la ac vidad volcánica responsable de todos estos fenómenos pone a esta región en el radar de los viajeros.
Aunque me quedan muchas ganas de seguir conociendo Santa Lucía, el reloj no perdona, y llega la hora de volver al barco y par r a otro puerto, pero para despedirme, la isla me guarda otra sorpresa. Sin decir nada, mi chofer desvía el auto en una pequeña villa y se va, al poco  empo regresa ofreciéndome una hogaza recién salida del horno, “un regalo de mi familia”, aclara.
Si a sus atrac vos culturales y naturales se suma la sensación de ser tan bien recibido, no cabe duda de que Santa Lucía  ene todo para conquistar al visitante. Por cierto, aunque la lluvia amainó, el sol no volvió a salir, pero el recuerdo que me dejó la visita fue tan cálido, como si siempre hubiera brillado. •
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