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© FOTO: CORTESÍA CARLOS DE LA CRUZ
Las cuatro puertas señalan los cuatro puntos cardinales. También son muestra de la apertura que el sijismo  ene hacia las cuatro castas más importantes de India y hacia todas las religiones del mundo que
decidan visitar el Harmandir Sahib o Templo Dorado. Es ahí donde el Gurú Granth Sahib o Libro Principal de los sijes es venerado por miles a diario y millones de peregrinos cada año. Finalmente, después de 20 horas de viaje y de recorrer la ruta desde Varanasi hasta la frontera noroeste de India fue que llegué a La  erra de los sijes.
Amritsar está ubicada a 30 km de la frontera con Paquistán, en territorio de India. Su situación geográ ca hizo de esta ciudad un cruce de caminos –en la Ruta de la Seda– y un des no de peregrinaje. Fue ahí donde hace más de 500 años se construyó uno de los monumentos religiosos más visitados en el mundo. El Templo Dorado, al igual que La Meca, es un punto mís co de reunión y que todos los sijes  enen que visitar por lo menos una vez en sus vidas. Construido a  nales del siglo XVI, el edi cio ha sido punto de referencia espiritual tanto para los seguidores del sijismo como para otras religiones. Sin embargo, su historia no se ha escapado de la sangre y de las guerras. En 1919 formó parte del escenario de uno de los sucesos más tristes y lamentables del Punyab: la masacre del Jallianwala Bagh. Este episodio trajo muerte y un fuerte con icto polí co entre el país asiá co y la Gran Bretaña. Este evento fue la antesala a las protestas dirigidas por Mahatma Gandhi en 1920 y 1922.
La noche cubrió la ciudad y al templo. Caminé por las ruidosas calles que estaban invadidas por una horda. Bastaba con dejarse llevar por el mar de gente, pero había que estar atento a las bicicletas y personas que circulaban sin dirección alguna. Cuando menos lo pensé,
entre mis piernas había una rueda de motocicleta, sobre ella estaban montados tres sijes que al parecer no querían negociar quién llevaba la preferencia. Al cerrar los ojos, dentro de la orquesta urbana se podían iden  car los gritos de los vendedores, cítaras, tablas y voces saliendo de las bocinas de las radiograbadoras el barullo de un idioma incomprensible, los motores desesperados de los tuc-tuc, los cláxones de las ágiles motocicletas y en el fondo de todo las pisadas de una marcha que parecía no llevar rumbo ni ritmo.
El aroma en el aire era peculiar, en cada esquina había un tandoor dentro del que se cocinaban alimentos que desprendían aromas como la pimienta, el comino y el curry. De repente, un leve aire arrastraba el aroma de un incienso desconocido que era apagado de manera inmediata por las especias. A lo lejos se veían los muros exteriores que resguardan al templo, estaban alumbrados, así que era di cil perder la dirección.
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El Templo Dorado es un punto mís co de reunión y que todos los sijes  enen que visitar por lo menos una vez en sus vidas


































































































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