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© FOTO: CORTESÍA CARLOS DE LA CRUZ
de los sacerdotes. Las grandes y pesadas puertas están cargadas con guras complejas y exquisitas, hasta parece como si el trabajo hubiera sido realizado por una máquina, debido a la precisión y simetría.
Dentro había cerca de 30 personas, y su eje era el Granth Sahib. Este libro es considerado el Gurú viviente y eterno; desde 1708 se le considera la guía vitalicia para todos los devotos del sijismo. El tomo está conformado por una serie de himnos y meditaciones a Dios. De ahí que el trato que se le da es como si fuera humano. Todos los templos o gurdwara alrededor del mundo man enen una copia de este único libro original.
En el interior, el cielo se abre a doble altura y justo en medio de aquella habitación cuelga un gran candil dorado. En toda su circunferencia hay pequeños focos que simulan velas que alumbran la habitación. Las guirnaldas de oro suben como víboras desde la base de las columnas abrazándolas hasta llegar a la parte más alta de las mismas. Ahí se pierden en el techo y mutan de forma para conver rse en ores de loto u hojas que adornan los umbrales de arcos y puertas. Todos quieren estar cerca del Libro Principal, muchos dejan sus ores como ofrendas mientras que los que trabajan ahí no se dan abasto para recogerlas.
Custodiado por músicos y seguidores del sijismo, el texto está cubierto con nas sábanas de seda bordadas con hilos de oro. No es fácil dis nguir a distancia las guras formadas por las costuras; sin embargo, me atrevo a decir que el trabajo es tan me culoso como las guras en el exterior. Sobre las telas hay guirnaldas de ores amarillas,
blancas y rojas. Sobre la alfombra roja yacen más ores sobre las que nadie camina. Éstas se cambiarán tan pronto muestren el primer signo de deterioro en las puntas de sus hojas. La música, los cantos y las campanas se intensi can poco a poco. El mar de gente me va empujando hacia la salida, sin oportunidad de deleitarme más empo con aquella postal.
Al salir, caminé por un costado de la gran plancha de mármol negro y blanco. La peregrinación había disminuido de manera considerable, las puertas de acceso estaban cerradas y la limpieza del lugar comenzaba. Poco a poco el bullicio fue disminuyendo. Aquellas manchas blancas con turbante se comenzaron a perder en la oscuridad hasta que el lugar quedó casi solo. En ese momento logré escuchar el golpeteo del agua en la orilla de la pileta. El cielo, oscuro y profundo como el mismo mar, apenas dejaba ver algunas estrellas. Fue ahí donde entendí que me encontraba a miles de kilómetros de casa. En un lugar donde lo común es extraordinario y lo mís co y religioso se fusionan. Fue ahí cuando entendí que estaba en la “La erra de los sijes”. •
La gura que forma el Harmandir Sahib es la de la or de loto inver da, símbolo de los devotos de la religión
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